domingo, 14 de octubre de 2018


AQUELLOS OJOS

Eran pequeños.
Similares en forma y tamaño
al pétalo de una margarita silvestre.
Aun así cabía tanta vida dentro
que pareciesen haber  usado
el mejor de los programas
para comprimir archivos.
Un pelín rasgados.
Sus comisuras eran playas afables.
Cancelas de un mar profundo e infinito,
testigo de mil batallas.
Se cerraban casi del todo cuando reían
Como si quisieran retener  el júbilo
dentro de sí para siempre.
Los párpados inferiores, preñados,
irradiaban tranquilidad.
Escuchaban con atención
Como el búho en la noche oscura
Acogiéndote como unos brazos de madre.
A veces, cuando la esperanza jugaba cerca, eran verdes.
Otras, azules. Como si concurrieran en ellos
todos los cielos de agosto.
En ocasiones se tornaban marrones.
Era entonces cuando se manifestaba
con una dignidad implacable su esencia.
Sus raíces se agarraban a esa tierra
a la que volverían definitivamente algún día.
Otras eran negros como algunos rincones
del alma donde se había apagado la luz para siempre.
Alguna vez se habían presentado color miel o avellana
Como  instintos primarios que brotan salvajes
en la naturaleza.
El color màs regular era el gris,
pues sabían que la vida estaba llena de matices
que van del  blanco al negro y viceversa.
Pero lo más deslumbrante de aquellos ojos
era la magia que desprendían
cuando me gritaban
con el más absoluto de los silencios:
Quédate. Este es el lugar.

  Alicia Fernández Martínez

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